sábado, 5 de junio de 2010

¿Sabes? A mí nadie me contó qué se sentía cuando te enamorabas. Como iba creciendo la ilusión por una llamada, por contestar un mensaje. Nadie me habló de la angustia de un silencio, ni de la desesperación por una palabra. ¿Sabes? A mí nadie me habló del verbo enamorarse, todo el mundo dio por sentado que después de ver Romeo y Julieta una vez, sabría lo que significaba, y sin embargo, pese a todo, nunca supe lo que dolía. Ni qué me quería decir la desesperación en el suicidio de ella por la ausencia de él; ni el dolor por la ausencia de ella, cuando él quería y no podía decidir renunciar. ¿Sabes? A mí nadie me quiso contar, porque ni siquiera me mintieron u omitieron, lo que se sentía cuando lo habías tenido todo y de repente, como de la nada, lo habías perdido. A mí nadie me dijo cómo actuar entonces. ¿Sabes qué? Entonces, cuando yo vi que había apostado todo, y lo había perdido todo, me dejé caer en un vivir sin vivir, parecido al de Bella Swann en la saga crepúsculo. Yo no recuerdo nada de todos esos meses; recuerdo adelgazar, recuerdo dejadez y desidia ante todo, recuerdo cuando mis amigos debían agarrarme de la mano con fuerza porque veían demasiado dolor en mi mirada como para decir algo, y mucho menos palabras. Recuerdo, como entonces, los días pasaban demasiado deprisa, quizá sin noticias de nadie (o de él, ya no recuerdo), y cómo devoraba con la mirada cada palabra, cada frase que podía hacerme pensar que en algún momento, en algún jodido y remoto momento, a él le daría por aparecer a mi lado. Y entonces, ¿sabes? Entonces desee que me pasara algo horrible, algo desastroso y poder mirarle a la cara una vez, sólo una, y que en mis ojos viera la tristeza de no haber podido apretar su mano sobre la mía mientras sonreía gritando, gritando algo, no sé el qué, pero gritando. A mí, en todos mis años, nadie me dijo que yo debería haber aprendido que la vida es más que todo, más que nada y menos de lo que va a ser mañana. Sin embargo, yo, hay noches en las que me encuentro sonriendole a un muchacho porque me invita a una copa pensando que quizá, él, esté a mil millones de pensamientos del mío y que ni siquiera, en eso, nos estemos rozando. A mí nadie me contó qué se sentía cuando dejabas de tener ganas, y nadie me explicó que cuando te enamoras de esa voz, de esas palabras y de esa forma de decir las cosas ya no hay marcha atrás. Ya ves, yo te dejo que me llames tonta. Nadie, absolutamente nadie, tuvo los mismísimos ovarios para decirme que las ganas de escapar de este mundo, de esta vida que ahora era la mía, no se irían jamás, y que siempre, por mucho tiempo que pasara, seguiría queriendo huir, porque es lo que más necesitaba. Quizá lo que me pasa sea estrés, no puedo quitar la razón a los médicos; quizá lo que tuve sea depresión, no puedo quitar la razón a aquellos que me obligaban a comer, a dormir y a sonreír día tras día. Lo que si estoy segura es que sé que la depresión fue causada por mi propio énfasis en querer a quién de mí no quería lo que yo quería de él. Sí sé, que el estrés no es causado más que por la necesidad estúpida de ocultar todo ese dolor, que terminé encerrando en algún rincón, bajo la preocupación de los estudios y unas responsabilidades que sin quererlas con 15 años me impuse hace demasiado. Sí sé, que mis deseos se cumplieron, y que volveré a pasar por un quirófano y sí sé, por encima de todo sí sé, que nunca, jamás encontraré a nadie como él, porque él como me lo dio me lo quitó y como apareció se fue. A mí nadie me contó que enamorarme me iba a salir tan caro, nadie me dijo que si algún día iba a querer tanto a alguien como para quemar mi cuerpo entero por él, mi vida se detendría en ese momento. Nadie, absolutamente nadie, fue capaz de insinuar que el amor lo puede y lo mata todo. Nadie, fue capaz de decirme que nunca, jamás, en la vida, yo dejaría de querer correr en la dirección opuesta a la que marcan mis pies después de entender porque mis sonrisas con él, sonaban como música y no como carcasa vieja de usar y tirar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario